Datos de la Oficina de Desempleo de Estados Unidos, revelan que por lo menos 10 millones de mujeres resultaron afectadas por el desempleo provocado por la pandemia. Angélica ha vendido más de cuatro mil mascarillas y piezas decorativas mayas, convirtió su hogar en su taller, su empeño y sus creaciones sirvieron para pagar la renta, los recibos de servicios básicos y los alimentos.
Carmen Rodríguez desde Washington D.C. para Mi Gente Informa
Angélica López, una inmigrante originaria de Quetzaltenango, que vive en Washington DC tuvo que reacomodar su rutina e ingeniarse para sacar adelante a su familia durante los meses de cierres por la pandemia de Covid-19 que golpeó a todo el mundo.
Su situación en Estados Unidos, no le permitió acceder a todos los beneficios y ayudas que otorgó el gobierno durante los peores meses de la pandemia y logró salir adelante haciendo mascarillas con las telas típicas mayas, que aprendió a hacer en su hogar materno en Guatemala. Como Angélica, las mujeres latinas son parte del grupo de inmigrantes más afectados por el Covid-19 en Estados Unidos. Además de enfrentarse al desempleo, las mujeres también tuvieron que trabajar extra para realizar las tareas escolares con sus hijos durante los cierres, llevar comida a sus hogares y asumir todas las responsabilidades económicas.
“Al principio de la pandemia me quedé como en shock, porque yo limpiaba casas y con los cierres ya no pude salir de la casa. Me preocupe, me preguntaba cómo íbamos a hacer para pagar la renta, los recibos. Mi esposo trabajaba 12 horas diarias cuando empezó la pandemia y el 24 de marzo llegando a la casa un hombre lo golpeó, le fracturó sus manos, no pudo trabajar más y nos quedamos sin nada”, dice Angélica.
De acuerdo con datos de la Oficina de Desempleo de Estados Unidos, en el país por lo menos 10 millones de mujeres resultaron directamente afectadas por el desempleo provocado por la pandemia. Muchas mujeres tuvieron que decidir entre dejar sus empleos y dedicarse al cuido de sus hijos, debido a los cierres de las escuelas.
El tejer le salvó la vida a Angelica
La pandemia agudizó aún más la desigualdad de género y puso en evidencia las desventajas y los retos que tienen que enfrentar muchas mujeres para sobrevivir y mantener económicamente sus hogares. Muchas mujeres tuvieron que reinventarse para asegurar que tendrían ingresos suficientes para pagar los gastos básicos de sus hogares.
Angélica aprendió a tejer desde los siete años, como muchas niñas indígenas. En 2007 empezó a tejer en un pequeño telar en casa, que fabricó con trozos de madera, pero lo hacía en su tiempo libre. Aún viste su refajo y falda tradicionales, por eso es difícil identificar sus raíces. Un día en una plática con una estadounidense que habló de crochet, nació la idea de empezar a tejer como lo hacía en su casa de Quetzaltenango.
“Hablamos con una señora que trabaja en el gobierno y me preguntó “tú sabes tejer” y como yo soy muy penosa le dije que no. Después yo le dije que tejía, pero ella no me entendía que tejía en telar y un día fuimos a la biblioteca a buscar un libro con mi hijo y encontramos un libro que era de Guatemala y le mostré a la señora cómo era que podía tejer”, recuerda.
La mujer la alentó a montar un telar en su apartamento. Pero Angélica pensó que sería muy difícil, pues hay poca luz y le explicó a la mujer que en Guatemala se acostumbra a tejer en el patio de la casa. Le pareció que era muy complicado; pues, tenía que solicitar autorización del edificio para poder abrir el hueco en la pared de su apartamento para poder instalar la base principal del telar.
“Ella me dijo que se podía hacer el hueco. Ahí empecé yo y me entusiasmé. Ella me dijo que podía empezar a hacer telas y otras cosas como adornos y que hasta podía vender esas, porque hay mucha gente que compra para sus casas”, dice. Sin embargo, no pensó en dedicarse a tejer porque pensó que le iba a tomar mucho tiempo producir piezas que le garantizarán el ingreso necesario para los gastos mensuales de casa. “Hice las cuentas y
me salía como a dos dólares la hora, si me ponía hacer esto todo el tiempo”, dijo la mujer.
Una amiga le ayudó a comprar los materiales para armar el telar en el apartamento. Y empezó a tejer por las noches. Poco a poco produjo piezas e hizo caminos de mesa, servilletas, individuales y otras piezas para colgar en las paredes para decorar. La mujer que la alentó la puso en contacto con otras personas y la invitaron a ferias de emprendedores y a museos para compartir con la gente su tradición maya.
La pandemia golpeó
“En eso de la pandemia, una señora a la que yo le arregló su ropa en la máquina me llama y me dice que si puedo hacer mascarillas. Yo no puedo hacerlo, le dije y ella me dijo que sí podía. Entonces me mandó un video para ver y me dijo que si podía. Observé el video, pensé que era muy difícil y empecé a hacer unas máscaras”, recuerda.
Las primeras cuatro mascarillas que hizo Angélica le tomaron tiempo y esfuerzo. Pero se sintió más animada y puso unas fotos en Facebook para compartir con sus contactos las mascarillas hechas con telas que había tejido antes de la pandemia sin imaginarse la reacción. “Mi hijo preocupado me dijo que para qué las había subido, si las primeras cuatro máscaras me senté a hacerlas desde las cuatro de la tarde y terminé como a las once de la noche. Cuando puse las fotos, empezaron a escribirme y a preguntarme qué a cuánto las daba. Una señora me escribió y me dijo que quería diez. Yo pensé que no podía, pero después me dijo que sí podía, le pedí a la señora que me diera unos cuatro días para terminarlas”, dice Angélica.
En ese momento, los cierres y las restricciones estaban levantadas. Su hijo le ayudó a buscar otras telas para completar las mascarillas, cuando Angélica entregó las diez piezas, puso otras fotos en sus redes sociales y las mascarillas empezaron a venderse como pan caliente.
“Que pongo otra vez en el Facebook y me empezaron a escribir, yo quiero seis, yo quiero cuatro y así me pidieron bastantes. Después me contactaron de una organización. Ahora nos han comprado de la alcaldía de Washington, nos han comprado de otras organizaciones, he vendido en Facebook. En navidad vendimos muchas porque la gente regaló máscaras esos días”, dice muy orgullosa. Angélica ha vendido más de cuatro mil mascarillas, otras piezas decorativas y caminos de mesa. Mientras muchos estaban en casa pasando la pandemia, ella convirtió su hogar en su taller, su empeño y sus creaciones sirvieron para pagar la renta, los recibos de servicios básicos y los alimentos.
Nunca imaginó que los telares que para ella representan sus raíces iban a llegar tan lejos. Llegó a Estados Unidos sin poder comunicarse mucho; pues, en Guatemala solo hablaba mam; sin embargo, perseveró, rompió el miedo, la vergüenza y ahora, sus creaciones son muy apreciadas en la capital estadounidense.
Angelica nunca imaginó que los telares que para ella representan sus raíces, iban a llegar tan lejos, ella legó a Estados Unidos sin poder comunicarse mucho; pues, en Guatemala solo hablaba mam; sin embargo, perseveró, rompió el miedo, la vergüenza y ahora, sus creaciones son muy apreciadas en la capital estadounidense.
Las primeras cuatro mascarillas que hizo Angélica le tomaron tiempo y esfuerzo. Pero se sintió más animada y puso unas fotos en Facebook para compartir con sus contactos las mascarillas hechas con telas que había tejido antes de la pandemia sin imaginarse la reacción
Angélica López, una inmigrante originaria de Quetzaltenango, que vive en Washington DC tuvo que reacomodar su rutina e ingeniarse para sacar adelante a su familia durante los meses de cierres por la pandemia de Covid-19 que golpeó a todo el mundo.